Bajo la escalera
A cada ruido le palpitaba más el corazón. Acababa de
despertar en aquel lugar frío y oscuro. Tenía las manos atadas con una cuerda
que le rodeaba las muñecas y unía sus tobillos a éstas. Un tormento desolador
le arrebataba cada lágrima a cada pregunta que se hacía:
-¿Por qué estoy aquí? ¿Quién me ha traído? ¿Por qué no recuerdo nada?-
Por qué, por qué y más preguntas taladraban su silencio bajo aquella mordaza pegada a su boca mientras arañaba el suelo, impotente y sus uñas rechinaban en aquel suelo de mármol. Una y otra vez intentó levantarse. Una y otra vez escuchaba en su interior sus gritos mudos. Empezó a revolcarse por el suelo, a dar vueltas sobre sí misma, pero no había manera de soltarse. Estaba como un perro atada a su cadena esperando que volviera su dueño, esta vez, sin agua, sin comida y con bozal.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Quién me ha traído? ¿Por qué no recuerdo nada?-
Por qué, por qué y más preguntas taladraban su silencio bajo aquella mordaza pegada a su boca mientras arañaba el suelo, impotente y sus uñas rechinaban en aquel suelo de mármol. Una y otra vez intentó levantarse. Una y otra vez escuchaba en su interior sus gritos mudos. Empezó a revolcarse por el suelo, a dar vueltas sobre sí misma, pero no había manera de soltarse. Estaba como un perro atada a su cadena esperando que volviera su dueño, esta vez, sin agua, sin comida y con bozal.
Sonó un timbre.
–Estoy en una casa- pensó.
Auxilio decía entre dientes sin que nadie pudiera escucharla.
Volvió a sonar el timbre con más fuerza que antes. Intentó abrir la boca,
despegar los labios de aquel pegamento.
–Hazlo. Hazlo aunque duela- le dijo
su cabeza.
Acto seguido, abrió tanto la boca que su lengua saboreó algo
parecido al hierro: su sangre, la piel de sus labios mezclada con la saliva que
se le acumulaba, con las gotas de sudor que le resbalaban por su cara. La
comisura de los labios se resquebrajaba por momentos. Tenía que salir de allí.
Un sonido parecido al de afilar un cuchillo la detuvo. Por unos segundos una
luz a lo lejos y una voz reconocida.
-Pasa, tengo lista la camilla- dijo una voz de hombre.
La chica se quedó paralizada escuchando a las dos personas,
una voz de hombre y una de mujer.
-He llegado tarde, pero traigo las inyecciones y el antídoto-
Le contestó la mujer que acababa de llegar.
Lusy no podía moverse, el miedo la petrificó. Sabía que algo
no andaba bien y no estaba dispuesta a quedarse sin averiguar nada. Volvió
abrir la boca hasta rasgarla por completo y con la ayuda de su baba, gritó:
-¡Auxilio! ¡Salvadme! ¡Ahhh!-sollozó a lágrima viva.
La luz que estaba viendo desapareció en un portazo. Unos
pasos enfurecidos oía cada vez más cerca. La sombra de un cuchillo y ese hombre
que acababa de ver venían hacia ella. Ya no había lamentos. Con los ojos
cerrados notó las manos calientes de aquel tipo sobre su cabeza, la cuerda que
la condenaba a quitarle ese día la vida se la cortaron de un cuchillazo. Con
una mano la cogieron de un pie y la arrastraron por un pasillo enorme, donde
vio una sombra parecida a alguien colgado, telarañas, algo pegajoso por el
suelo se mezclaba con sus llantos. Pasó por la sala de estar, por el salón
donde humeaba una chimenea recién encendida. Olía a matanza, a óxido. Lusy se
retorcía, lloraba, no entendía nada, sus fuerzas la abandonaron y se desmayó.
Apenas habían pasado diez minutos cuando volvió a abrir los
ojos. Un montón de calaveras, monstruos y calabazas pudo contemplar. La estaban
esperando. Todos los presentes le gritaron:
-¡Truco o trato!-
-Feliz Halloween…-musitó Lusy para
ella mientras recuperaba el aliento.
Fin.
"Dedicado a esos amigos que te hacen bromas de este tipo pero que nunca te abandonarán, ni siquiera en Halloween". Autora: Patricia López Castillo.
"Dedicado a esos amigos que te hacen bromas de este tipo pero que nunca te abandonarán, ni siquiera en Halloween". Autora: Patricia López Castillo.
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