UNA VIDA DE 97 AÑOS
"El timbre suena una vez. Nadie abre. Por segunda vez María volvió a llamar, esta vez, aporreó la puerta, acercó su oído, escuchó unos pasos, no muy ligeros, y esperó. Una mujer de unos 68 años le abrió. Parecía no ser la dueña. La chica saludó, pidió paso y entró entró a la casa. Era amplia, enmascarada con muebles muy antiguos pero bien conservados. El pasillo era largo, algo oscuro y con las paredes amarillentas por el paso del tiempo. A cada lado había una puerta cerrada y otra entreabierta. En cada cama, se veían las muñecas de porcelana olvidadas y sumidas en una capa de polvo. Cada paso que daban juntas por el pasillo mientras hablaban, un aire fresco aliviaba el calor de la calle. Se acercaban al salón. En pocos minutos, el olor del aire fresco fue cambiando. De una brisa agradable, fue pasando a un olor añejo y espeso, como si a cada respiro, el desaliñado aire vaciara todo el frescor que el oxígeno produce. Allí estaba la hija de la dueña de la casa,