Dame tu mano, es el fin.

Mis puños golpean una mesa de sádicas mentiras.
De insultos saboreados por chiquillos que ayer fuimos.
¡Ya quisiera que vieran las heridas!
¡Ya quisiera que mis raíces no se regaran con lágrimas!
¡Ya quisieran que anduviera sobre el precipicio
de sus dedos para callar mis labios!

Manadas de lobos sedientos,
que dicen ser hombres
que cayeron en nidos podridos.
Ratas salvajes devorando
las páginas de un pasado.
Fotos fulminantes,
besos y frases donde mis manos
se abren para salvarse de las súplicas
que penan por la mudez de los arrodillados.

Aprisionan la verdad en mi pecho.
El silencio deserta el olvido.
Sus sombras protegen las fortalezas
del mundo y arrancan las sonrisas

que nos dan la libertad.

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