EL AMOR SE VISTE DE SEXO.

Sólo hizo falta un leve cruce de miradas. Casi escaso e insuficiente para que sus ojos, negro azabache, se clavasen en su espalda y atravesaran, sin más, el excitado corazón de ella.
Bajo aquellos focos de colores desalentando la noche, ya tocaba hacer presa a alguna chica inocente.
El vaivén de aquella música estimulaba sus caderas, provocando el ritmo en sus manos desnudas. Al compás, ella se movía y se deleitaba cantando casi a gritos aquella canción. Una canción ensordecida por aquella joven hipnótica. Lejana, ardiente. Pidiendo consuelo en su cintura; alegre, risueña, perdida en aquellas ganas locas de bailar con alguien. Con aquella kizomba que sonaba de fondo.
Y cuerpo a cuerpo, ella imaginaba.
<<Me lo dijo su mirada>>
Dejaba atrás cualquier problema. Huía de ella misma si así lo quería. Dejaba la mente en blanco, siempre, cuando bailaba. Su sonrisa tan admirada por las luces de aquel antro, con aquella copa que sostenía, donde no tuvo más remedio que tropezar al girarse en una vuelta más, al son de esa canción. El líquido embriagador y el vaso de cristal fueron a parar contra la pared, mientras ella alzaba las manos, y su camisa, como si a cámara lenta fuera, dejaba ver su cintura viperina...
<<No tuvo más remedio que caer en mis manos>>
Su piel se erizó. Ella se sonrojó y como un pájaro herido intentó levantarse y buscar a su amiga, que ya no encontró.
Pues sólo quedaron los dos. La música dejó de sonar. Sólo se podía escuchar el ronroneo de sus corazones latir. Las sienes les bombardeaban. Sus cuerpos gemían sin ni siquiera saber cómo. Sin ni siquiera saber, sin ni siquiera conocerse, atados por ese instinto animal, fueron empujados esa noche al lecho infernal.
Cogió su mano, la arrastró hacia su coche, y allí bajo las miradas nocturnas, de no saber quien les observaba (aunque ya no importaba), la besó. Un beso lento, jugoso, empezando por morder su labio inferior, adentrándose en sus labios hasta encontrar su lengua, tímida, juguetona y a la misma vez ardiente. Por un momento ella se retiró, sin saber si todo era real, lo miró. Y cautivados por ese beso, se enlazaron y se encerraron en aquel coche.
El deseo los dejó sin aliento, sin ropa, sin timidez. Cada beso los acercaba más al clímax. Cada beso los hacía sudar uno a uno, por cada poro de su piel. Cada beso, los enloquecía cada vez más. Sus cuerpos, encaprichados de impaciencia se animaron en este encuentro inesperado. Buscaron la fluidez en sus sexos, la agudeza de aproximarse de una forma natural, humana y animal, como nunca habían alcanzado.
Él se sació al sentir su frescura. Ella, acomodó su cuerpo y lo colmó de energía. Un movimiento de él... y sólo otro de ella bastó, para que aquellos cristales gotearan de sudor. Un sólo gesto bastó para que el único aire que respiraron en aquel momento, fuera el último gemido que ella dejó en su boca.

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