ABUELITO, ABUELITA.
Ya ni siquiera el
castillo tiene la luz encendida, ¡Apagón!
Y con una mirada en mi
espejo, suena una comparsa en mi corazón.
Que de recuerdos pasan
por la Alameda, por esta vida que recuerdo hoy...
Ellos tan felices juntos,
de la mano no se separaban, nacieron juntos y separados hoy están.
Que cruel es esta vida si
te da la soledad. Porque soledad impuesta llaman a la verdadera incomprensión.
Que dos cruces levantadas
a lo lejos las diviso yo. Una vacía que llora, que llora por su amor,y otra....
otra... que ya lloró en aquel salón. Que cruel es mi conciencia cuando no se
deja llevar, nada más que por los hilos de un pasado que anhelo.
Un pasado que fue de él,
de su mano en el puchero, - buenos días mi princesa, ¿qué desayunas primero?
Y a la par ella, tan
dispuesta y preparando otra regañina, prepara su anzuelo, -ay Alfonso, que ya
te veo, que intención más amarga, que hasta la niña la haces levantarse
temprano, ¡ay que no me duermes!, ¡ay... lo que te quiero!-.
Que al crecer con esa
hogareña pareja, nunca una voz ni un mal sonante se oía.
Entre semana levantaban
muy temprano ambos. Si era invierno, la sala la calentaban, si era verano, una
puerta de un patio se refrescaba y la brisa fresca corría.
Los sábados él se
levantaba muy temprano y su dulce esposa se quedaba en la cama, descansando un
rato. Después de un beso tan cariñoso como los labios en su mejilla, y otro más
en los labios antes de marchar, se disponía ir al "mercao".
Recuerdos de olor a
chocolate con churros traía, revuelto el aroma con el jabón de sosa, con un
toque de romero, y tomillo de una ducha tempranera. Recuerdos de incansables
días, de dormir a su vera, en aquel sofá marrón, de polipiel que cuando hacía
calor nadie se sentaba en él. Sólo él, su sillón favorito, favorito que era él,
y para mi, único y sincero como persona, padre, abuelo y sobre todo, esposo.
Su mano siempre la dejaba
caer sobre María, -¡Ay María! Cuantas noches pasas en vela hoy, por estar tan
sola, tan perdida. Sin él Que de llorar en lo más profundo, mi alma se rompió
aquel día que ya no lo vería. Ya no había nada más en ella. Sólo una voz
criticona, maldiciendo su soledad, y maldiciendo que no se tenía que marchar...
Aún recuerdo su mano, al
ir a la plaza de abastos. Cada día recuerdo sus manos hacendosas para todo, y
con arte para saber que decir y que no hacer. Qué viejos estamos ya, y que no
compartimos esta soledad.
Sólo hacer de sus manos,
las manos de ella, aún me quedan las lágrimas de añorar como ella lo añora....
Y de la Añora la llevo a
su pueblo, a vivir con él.
Y de la Añora es ella,
que las cruces de Mayo, más bonito que está el pueblo con sus flores, la
despidió a su padre y madre y a ser mujer la llevó.
Que de un cabrero
nacieron flores, y de una flor nació el Amor, el amor de tres consuelos, de
tres madres que hoy son.
Y que bonita está María,
cuando a pasear sale, para ver a su amado y regalarse sus sales. Sales de
llanto bendito que maldigo sin que me duela, porque hoy el amor más bendito
sólo lo vi con mi Abuela.
Y que bonita está María,
aunque el dolor me duela. Me duele por verla triste, me duele por verla vieja,
me duele porque algún día ella se irá por la misma puerta.
Y se abrirá para unirse,
María a su amado, y mis lágrimas hoy existen por el gran amor derramado.
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